sábado, 4 de octubre de 2008

El Romanticismo y el fin de la racionalidad absoluta

Los primeros anuncios de este movimiento artístico se manifiestan, ya en pleno Iluminismo, como una consecuencia inesperada del racionalismo extremo que caracteriza al siglo XVIII. Este “prerromanticismo” muestra un interés marcado por lo medieval, los sentimientos (sentimentalismo), la rebelión frente a las reglas y la mitificación del genio creador.
El término romántico (romantique), con el que en el siglo XIX se va a designar a esta nueva manera de vivir y hacer arte, era usado en Francia en el siglo XVIII como sinónimo de novelesco (novela: roman). Sin embargo, por influencia del inglés (romantic), comienza a ser empleado para nombrar estados de ánimos o características de un paisaje, tal como se observa en algunas obras del escritor francés Juan Jacobo Rousseau, autor de una de las novelas más importantes de ese período: La nueva Eloísa.
Hacia el primer tercio del siglo XIX, el Romanticismo se consolida en toda Europa con las siguientes características:
· valorización del subjetivismo, la sensibilidad y el sentimentalismo;
· predominio de sentimientos caracterizados por la melancolía, la nostalgia, los arrebatos pasionales, la insatisfacción, la rebeldía, el satanismo, la experiencia de la soledad radical, la exaltación de la naturaleza, la idealización del amor, la visión maniquea, es decir, “en blanco y negro”, de la mujer (angel/demonio) y el hombre (hipersensible/demoníaco);
· popularismo, que lleva a sobrevalorar todos los aspectos conectados con la cultura popular y a estudiarlos: relatos, costumbres, religión, lenguaje, etc.;
· reivindicación del derecho del artista a dictar sus propias reglas en materia de arte (antiacademicismo) y ruptura con los géneros tradicionales;
· exaltación de la libertad e idealización de la vida marginal (bandidos, piratas, etc.);
· rechazo de la realidad, a la que se considera siempre insatisfactoria, y evasión hacia mundos lejanos (exotismo, medievalismo), fantásticos u oníricos;
· predilección por paisajes exóticos, paradisíacos, solitarios, sepulcrales o nocturnos.

El Romanticismo en España

El Romanticismo en la Península no tuvo el mismo carácter intensivo y combativo que en otros países de Europa; pero sí tuvo un mayor carácter nacional y popular. Inclusive, los escritores de distintas partes habían considerado a España como “país romántico” por excelencia dado que allí se producía la supervivencia del espíritu caballeresco medieval, el apego a la tradición, el sentimiento patriótico, la actitud apasionada ante la vida y la muerte, el pintoresquismo de algunos lugares, sus costumbres típicas y el exotismo de las huellas dejadas por la civilización árabe.
Sin embargo, los propios españoles no consideraron su romanticismo del mismo modo. Por el contrario, romanticismo implicaba tanto para algunos la religión cristiana, las costumbres caballerescas y el espíritu nacional como para otros los procesos de la ilustración, justicia, liberalismo y felicidad. Será a partir de la Constitución antimonárquica de 1812 cuando se enfrentarán los tradicionalistas del primer grupo, con los liberales del segundo. De los escritores que hemos visto dentro de Romanticismo, Zorrilla se ubicaría dentro de los primeros, mientras que Larra como Espronceda, figurarían en el segundo.

Neorromanticismo

Al Romanticismo le sigue un segundo período que hemos denominado Neorromanticismo, ya que surge un tiempo después del Romanticismo exaltado de Espronceda, con un estilo más cercano al que tuvo este movimiento en algunos autores de Alemania. Había sido justamente allí donde una grupo de intelectuales, entre los que se encontraba Goethe (comparable a Shakespeare en Inglaterra, Cervantes en España o Dante en Italia, por su envergadura e importancia), había formado parte de un movimiento que si bien tenía elementos similares al romanticismo en general como la inspiración espontánea, poseía además simpatía por la razón y la búsqueda de la perfección. Era, en definitiva, de un subjetivismo amortiguado y no exaltado como el modelo inglés o francés. A este segundo Romanticismo corresponde por ejemplo, Gustavo Adolfo Bécquer, quien nos dice en una de sus rimas respecto de la inspiración y la razón: “Con ambas siempre en lucha,/ y de ambas vencedor/ tan sólo el genio puede/ a un yugo atar las dos.”

Gustavo Adolfo Bécquer (1836–1870).

Bécquer aúna en su obra la herencia de los primeros románticos y acentúa a partir de ella el matiz initimista y subjetivo. Tres características se encuentran en su poesía: realidad/sueño; naturaleza/devenir histórico y natualeza/individuo, que en sus Rimas lejos de permanecer irreductibles como en Larra, logran una armoniosa fusión. En sus Leyendas se prolonga la sugestión de sus poemas; en ellas se aparta de su yo y usa el modelo literario en el que atestigua su búsqueda del pasado por medio de la tradición que es enriquecida por los temas y el estilo del Romanticismo. También puede verse esa tendencia tan romántica de huir del presente hacia un pasado ideal y mágico.

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